125.000
euros por la muerte de un paciente en “absoluta desatención”
Alfredo,
de 16 años murió en el hospital de Requena (Valencia) de una
perforación gástrica por peritonitis después de sufrir fuertes
dolores abdominales 14 horas después de entrar en el servicio de
urgencia del hospital de Requena. El paciente, que padecía el
síndrome de Smith-Lemli-Opitz, caracterizado por discapacidad
psíquica, entre otros aspectos, sufrió una “absoluta
desatención”, según recoge una sentencia del Tribunal Superior de
Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV) que condena a la
Generalitat a una indemnización de 125.930 euros. El fallo incide en
que los profesionales sanitarios erraron en su diagnóstico de
gastroenteritis y que el paciente sufrió una “privación de la
asistencia sanitaria requerida por sus dolencias”.
La
sentencia, que puede ser recurrida, estima parcialmente el recurso
interpuesto por la madre del menor contra la indemnización que fijó
la Consejería de Sanidad valenciana que ascendió a 24.000 euros. La
defensa ha corrido a cargo de los servicios jurídicos de El Defensor
del Paciente, la entidad que ha hecho público el caso.
Josefa Martínez, madre del paciente que falleció por una mala atención médica en el hospital de Requena (Valencia). / JOSÉ JORDÁN-
Alfredo murió hacia las 16.30 del 12 de febrero de 2005. Tres días antes había acudido al centro de salud de Ayora, donde a su madre le dijeron que sufría una simple gastroenteritis para la que le recetaron medicación contra las náuseas (Motilium) y un analgésico (Efferalgan). Como los síntomas no remitían, tras insistir al médico de urgencias, el facultativo les remitió al hospital de Requena, donde llegaron hacia las 2 de la madrugada del día 12 de febrero.
Según el relato que este miércoles hizo Josefa Martínez, la madre de Alfredo, el menor llegó al centro sanitario con fortísimos dolores. “Fue horrible lo que pasó mi hijo hasta morir”, señala Josefa. “Tenía que sujetarlo para que no se tirara de la camilla, cogía a las enfermeras de la bata, se tiraba de los pelos, tuve que meterle los dedos en la boca para que no se mordiera la lengua, estaba totalmente encogido por el dolor…” Su hijo, con un grado de minusvalía reconocido del 78%, tenía problemas para comunicarse “pero yo entendía lo que quería decir con gestos”, apunta su madre.
Le hicieron un análisis de sangre y una radiografía. Al cabo de una hora el médico de guardia le dijo a Josefa que la placa no mostraba nada y la analítica indicaba que había una infección. Por ello, se reafirmó en el diagnóstico de la gastroenteritis, y le trasladó a su madre que “niños de estas características [en relación a la discapacidad que sufría] pueden exagerar el dolor que tienen”, de acuerdo con su relato
Una madre coraje ayorina